EDICION DE LA NOCHE
EL PROCESO ESCANDALOSO DE LONDRES
OSCAR WILDE

Hay todo un capítulo de psicología, y de psicología femenina, en la fruición con que los periódicos franceses comentan el proceso escandaloso de Londres, de que há salido cubierto de ridículo y de vergaenza el escritor Oscar Wilde. El júbilo dé la Prensa de París, que no se toma el trabajo dé ocultar sus sentimientos, recuerda la alegría con que las mujeres ligeras de cascos suelen acoger la caída de una amiga que las humillaba con su virtud. Las abominaciones de la gazmoña Inglaterra, la patria del cant y del rigorismo puritano, son el desquite del pays del pays du tendre, la rehabilitación de Citheres. Aquellos bailes de loa artistas parisienses, en que el atavío de las bailarinas hubiera sido paradisíaco á no ear por las medias, resultan ahora entretenimientos inocentes y casi morales, comparados con los que servían de solaz á los tristes personajes del proceso de Londres.

Hay todo un capítulo de psicología, y de psicología femenina, en la fruición con que los periódicos franceses comentan el proceso escandaloso de Londres, de que há salido cubierto de ridículo y de vergaenza el escritor Oscar Wilde. El júbilo dé la Prensa de París, que no se toma el trabajo dé ocultar sus sentimientos, recuerda la alegría con que las mujeres ligeras de cascos suelen acoger la caída de una amiga que las humillaba con su virtud. Las abominaciones de la gazmoña Inglaterra, la patria del cant y del rigorismo puritano, son el desquite del pays del pays du tendre, la rehabilitación de Citheres. Aquellos bailes de loa artistas parisienses, en que el atavío de las bailarinas hubiera sido paradisíaco á no ear por las medias, resultan ahora entretenimientos inocentes y casi morales, comparados con los que servían de solaz á los tristes personajes del proceso de Londres.

Hay todo un capítulo de psicología, y de psicología femenina, en la fruición con que los periódicos franceses comentan el proceso escandaloso de Londres, de que há salido cubierto de ridículo y de vergünza el escritor Oscar Wilde. El júbilo de la Prensa de París, que no se toma el trabajo dé ocultar sus sentimientos, recuerda la alegría con que las mujeres ligeras de cascos suelen acoger la caída de una amiga que las humillaba con su virtud. Las abominaciones de la gazmoña Inglaterra, la patria del cant y del rigorismo puritano, son el desquite del pays del pays du tendre, la rehabilitación de Citheres. Aquellos bailes de loa artistas parisienses, en que el atavío de las bailarinas hubiera sido paradisíaco á no ear por las medias, resultan ahora entretenimientos inocentes y casi morales, comparados con los que servían de solaz á los tristes personajes del proceso de Londres.

El protagonista de esta vergonzosa historia no hubiera alcanzado nunca con sus libros lá notoriedad que ha conseguido con la revelación de sus costumbres. Sin embargo, gracias á la práctica inteligente del reclamo, había adquirido cierta personalidad de literato original y estrambótico, y llegó á colaborar en publicaciones importantes como la Nineteenth Century, la Fortnightly Review y el Atheneum. Cuando se representó en América su comedia Patience - una sátira de las extravagancias artísticas qué conocía el autor por experiencia propia - fué allá el propio Wilde, contratado por un Barnum; y dando conferencias en que según cuentan, se presentabá con una flor en la mano, consiguio animar la taquilla. En el país del reclamo, este reclamó de sí mismo pareció cosa muy natural; pero, como dice uno de los periodicos franceses que han hablado estos días del asunto, bastaba para juzgar al hombre.

El protagonista de esta vergonzosa historia no hubiera alcanzado nunca con sus libros lá notoriedad que ha conseguido con la revelación de sus costumbres. Sin embargo, gracias á la práctica inteligente del reclamo, había adquirido cierta personalidad de literato original y estrambótico, y llegó á colaborar en publicaciones importantes como la Nineteenth Century, la Fortnightly Review y el Atheneum. Cuando se representó en América su comedia Patience - una sátira de las extravagancias artísticas qué conocía el autor por experiencia propia - fué allá el propio Wilde, contratado por un Barnum; y dando conferencias en que según cuentan, se presentabá con una flor en la mano, consiguio animar la taquilla. En el país del reclamo, este reclamó de sí mismo pareció cosa muy natural; pero, como dice uno de los periodicos franceses que han hablado estos días del asunto, bastaba para juzgar al hombre.

El protagonista de esta vergonzosa historia no hubiera alcanzado nunca con sus libros lá notoriedad que ha conseguido con la revelación de sus costumbres. Sin embargo, gracias á la práctica inteligente del reclamo, había adquirido cierta personalidad de literato original y estrambótico, y llegó á colaborar en publicaciones importantes como la Nineteenth Century, la Fortnightly Review y el Atheneum. Cuando se representó en América su comedia Paiience - una sátira de las extravagancias artísticas qué conocía el autor por experiencia propia - fué allá el propio Wilde, contratado por un Barnum; y dando conferencias en que según cuentan, se presentabá con una flor en la mano, consiguio animar la taquilla. En el país del reclamo, este reclamó de sí mismo pareció cosa muy natural; pero, como dice uno de los periodicos franceses que han hablado estos días del asunto, bastaba para juzgar al hombre.

Era Oscar Wilde una especie de Sâr Peladan británico, sólo que, en vez de darle por la magia y por uña resurrección grotesca de los rosacruces, le dió por cosas peores. Como aquél, gustaba de llamar la atención con trajes excéntricos y arrastraba tras sí un grupo de imbéciles, qué, tomando por genio sus afectadas rarezas, formaban una especie de corte al que creían una especie de Ibsen británico.

Era Oscar Wilde una especie de Sâr Peladan británico, sólo que, en vez de darle por la magia y por uña resurrección grotesca de los rosacruces, le dió por cosas peores. Como aquél, gustaba de llamar la atención con trajes excéntricos y arrastraba tras sí un grupo de imbéciles, qué, tomando por genio sus afectadas rarezas, formaban una especie de corte al que creían una especie de Ibsen británico.

Era Oscar Wilde una especie de Sâr Peladan británico, sólo que, en vez de darle por la magia y por uña resurrección grotesca de los rosacruces, le dió por cosas peores. Como aquél, gustaba de llamar la atención con trajes excéntricos y arrastraba tras sí un grupo de imbéciles, qué, tomando por genio sus afectadas rarezas, formaban una especie de corte al que creían una especie de Ibsen británico.

Es posible que se hubiera hablado muy poco de la estética de Osear Wilde, á no mediar el proceso que ha puesto en claro cómo entendía en la práctica el estetismo. No falta ahora quien establezca relación entre las ideas y las costumbres de ese personaje que ha caído deáde la historiá literaria en la Gaceta de los Tribunales. Tal vez no hay tanta distancia como se piensa entre las aberraciones mentales y las depravaciones físicas. El afán de buscar estimulantes intelectuales en lo monstruoso, ehlo anormal, en lo extraordinario, puede pasar de la teoría á la práctica. El caso de Oscar Wilde es quizá un Caso de patología literaria, á más dé serlo de patología social. Es posible que haya en éste asuntotan repugnante un aviso á los partidarios de las escuelas decadentes que no quieran llegar, en su décadenela, hasta el amor griego.

Es posible que se hubiera hablado muy poco de la estética de Oscar Wilde, á no mediar el proceso que ha puesto en claro cómo entendía en la práctica el estetismo. No falta ahora quien establezca relación entre las ideas y las costumbres de ese personaje que ha caído deáde la histoíiá literaria en la Gaceta de los Tribunales. Tal vez no hay tanta distancia como se piensa entre las aberraciones mentales y las depravaciones físicas. El afán de buscar estimulantes intelectuales en lo monstruoso, ehlo anormal, en lo extraordinario, puede pasar de la teoría á la práctica. El caso de Osear Wilde es quizá un Caso de patología literaria, á más dé serlo de patología social. Es posible que haya en éste asuntotan repugnante un aviso á los partidarios de las escuelas decadentes que no quieran llegar, en su dééadenela, hasta el amor griego.

Es posible que se hubiera hablado muy poco de la estética de Osear Wilde, á no mediar el proceso que ha puesto en claro cómo entendía en la práctica el estetismo. No falta ahora quien establezca relación entre las ideas y las costumbres de ese personaje que ha caído deáde la historiá literaria en la Gaceta de los Tribunales. Tal vez no hay tanta distancia como se piensa entre las aberraciones mentales y las depravaciones físicas. El afán de buscar estimulantes intelectuales en lo monstruoso, ehlo anormal, en lo extraordinario, puede pasar de la teoría á la práctica. El caso de Oscar Wilde es quizá un Caso de patología literaria, á más dé serlo de patología social. Es posible que haya en éste asuntotan repugnante un aviso á los partidarios de las escuelas decadentes que no quieran llegar en su décadenela hasta la bestialidad.

Quien triunfacon estas cosas es Max Nordau, que las predijo, ó poco menos, en su famoso libro Degeneración. Un periodista francés ha ido á ver al autor de Las mentiras convencionales para que le dijese su opinión sobre Oscar Wilde, y el escritor húngaro, después de explicar cómo el jere de los estéticos ingleses es un maniático dominado por el afán histérico de llamar lá atención de dar que hablar (cosa quo en ver dad ha conseguido) ha citado algunas frases entresacadas de las obras de Wilde, que manifiestan su afición á la paradoja y su carencia de ideas morales.

Quien triunfacon estas cosas es Max Nordau, que las predijo, ó poco menos, en su famoso libro Degeneración. Un periodista francés ha ido á ver al autor de Las mentiras convencionales para que le dijese su opinión sobre Oscar Wilde, y el escritor húngaro, después de explicar cómo el jere de los estéticos ingleses es un maniático dominado por el afán histérico de llamar lá atención de dar que hablar (cosa quo en ver dad ha conseguido) ha citado algunas frases entresacadas de las obras de Wilde, que manifiestan su afición á la paradoja y su carencia de ideas morales.

«Todas las malas poesías salto do sentlmiantos verdaderos... Ser natural equivale á ser evidente, y ser evidente vale tanto como ser antiartístico... Cuando las gentes están de acuerdo conmigo, comprendo que me hé equivocado... La tontería es el único pecado que existe... Una idea que no es peligrosa no es digna de ser idea... La estética es superior á la moral... El sentido del color es más importante para el desenvolvimiento del individuo que el sentido do lo justo y de lo injusto.»

""Todas las malas poesías salto do sentlmiantos verdaderos... Ser natural equivale á ser evidente, y ser evidente vale tanto como ser antiartístico... Cuando las gentes están de acuerdo conmigo, comprendo que me hé equivocado... La tontería es el único pecado que existe... Una idea que no es peligrosa no es digna de ser idea... La estética es superior á la moral... El sentido del color es más importante para el desenvolvimiento del individuo que el sentido do lo justo y de lo injusto."

Con este credo moral y esta aversión á todo lo natural y lo corriente, se explican las escabrosas aventuras de Wilde. Su corrupción no es, en último término, más que una aplicación práctica de esa antigua teoria de las dos morales, la moral de los grandes hombres y la del vulgo, inventada para justificar todos los vicios y que aún profesan muchos que no alardean de decadentes ni de inventores de estéticas nuevas.

Con este credo moral y esta aversión á todo lo natural y lo corriente, se explican las escabrosas aventuras de Wilde. Su corrupción no es, en último término, más que una aplicación práctica de esa antigua teoria de las dos morales, la moral de los grandes hombres y la del vulgo, inventada para justificar todos los vicios y que aún profesan muchos que no alardean de decadentes ni de inventores de estéticas nuevas.

E. GÓMEZ DE BAQUERO

NIGHT EDITION
THE SCANDALOUS PROCESS OF LONDON
OSCAR WILDE

There is a whole chapter of psychology, and of feminine psychology, in the relish with which the French newspapers comment on the scandalous trial in London, from which the writer Oscar Wilde has emerged covered in ridicule and shame. The jubilation of the Paris press, which does not take the trouble to hide its feelings, recalls the joy with which light-helmeted women often welcome the fall of a friend who humiliated them with her virtue. The abominations of prudish England, the homeland of cant and puritanical rigorism, are the revenge of the pays del pays du tendre, the rehabilitation of Citheres. Those dances of the Parisian artists, in which the attire of the dancers would have been paradisiacal were it not for the stockings, now turn out to be innocent and almost moral entertainment, compared with those that served as solace to the sad characters of the London trial.

The protagonist of this shameful story would never have achieved the notoriety with his books that he has achieved with the revelation of his customs. However, thanks to the intelligent practice of claiming, he had acquired a certain personality of an original and bizarre writer, and he came to collaborate in important publications such as the Nineteenth Century, the Fortnightly Review and the Atheneum. When his comedy Patience was performed in America - a satire of the artistic extravagances known to the author from his own experience - Wilde himself went there, hired by a Barnum; and giving conferences in which, according to what they say, he appeared with a flower in his hand, he managed to encourage the box office. In the country of the claim, this claim of itself seemed a very natural thing; but, as one of the French newspapers that have talked about the matter these days says, it was enough to judge the man.

Oscar Wilde was a kind of British Sâr Peladan, only instead of taking him for magic and a grotesque resurrection of the Rosicrucians, he took him for worse things. Like him, he liked to draw attention to himself in eccentric costumes and dragged behind him a group of imbeciles, who, taking their affected oddities for genius, formed a kind of court whom they believed to be a kind of British Ibsen.

It is possible that very little had been said about the aesthetics of Oscar Wilde, except for the process that has made clear how he understood aesthetics in practice. Now there is no lack of someone who establishes a relationship between the ideas and customs of that character who has fallen from literary history in the Gaceta de los Tribunales. Perhaps there is not as much distance as it is thought between mental aberrations and physical depravities. The desire to seek intellectual stimulants in the monstrous, or abnormal, in the extraordinary, can pass from theory to practice. The case of Oscar Wilde is perhaps a case of literary pathology, as well as a case of social pathology. It is possible that in this repugnant matter there is a warning to the partisans of the decadent schools who do not want to go as far as Greek love in their decadence.

Who triumphs with these things is Max Nordau, who predicted them, or something less, in his famous book Degeneration. A French journalist has gone to see the author of Conventional Lies to ask him his opinion about Oscar Wilde, and the Hungarian writer, after explaining how the chief of English aesthetics is a maniac dominated by the hysterical desire to attract attention to make people talk (which he has really achieved) he has quoted some phrases culled from Wilde's works, which show his penchant for paradox and his lack of moral ideas.

«All bad poetry jumps from true sentiments... Being natural is equivalent to being evident, and being evident is worth as much as being anti-artistic... When people agree with me, I understand that I have made a mistake... Nonsense is the the only sin that exists... An idea that is not dangerous is not worthy of being an idea... Aesthetics is superior to morality... The sense of color is more important for the development of the individual than the sense of fairness and of the unjust.”

With this moral creed and this aversion to everything natural and ordinary, Wilde's lurid adventures are explained. Its corruption is ultimately nothing more than a practical application of that ancient theory of the two moralities, the morality of great men and that of the vulgar, invented to justify all vices and still professed by many who do not boast of being decadent. nor of inventors of new aesthetics.

E. GOMEZ DE BAQUERO